domingo, 28 de julio de 2013

Sobre los tópicos de las películas de aventuras de los 50.

A menudo, cuando estoy escribiendo una historia, introduzco episodios enteros nuevos, es decir, pequeños relatos que surgen dentro de la corriente narrativa principal, que ayudan a enriquecer y dar continuidad al cuento que escribo.
Es el caso del puente colgante que aparece en mitad de mi novela, que a su vez apareció de la nada mientras elaboraba el primer borrador de "El Polizonte del Philadelphia".
La cosa surgió porque necesitaba que los protagonistas pudieran ganar distancia en la carrera por los restos del Philadelphia con respecto a los antagonistas. Así que puse en medio de la selva un accidente geográfico insalvable, un gran cañón muy ancho y mucho más profundo,horadado por un río durante millones de años. Y la manera más rápida de cruzar ese cañón de un borde al otro, era a través de un puente colgante.
Y sí, lo admito, es el típico puente colgante que aparece en todas las películas de aventuras de los años 50, esa construcción hecha con tablas y lianas que se cae a pedazos, que se pasa mucho miedo al usarlo, y que al final siempre se rompe, dejando a algún que otro personaje colgado del borde del precipicio.
Y he de añadir, que si llegué escribir esta capítulo, fue por otro motivo más personal; y es que yo mismo crucé un puente similar en la vida real.
No,no hace falta que se imaginen a un servidor formando parte de una expedición en Sudamérica, África o algún otro lugar exótico de nuestro pequeño y hermoso planeta.
Fue en una excursión, en mi último año universitario, al valle de Burbia en los Ancares Leoneses.
Resulta ser que un día ascendimos por una de sus montañas, y para ello tuvimos que cruzar varias río, que a esas alturas de su curso no era más que un regato. Y al ver el primero de esos puentes, hechos con tablas húmedas y casi mohosas, con una única barandilla de palo, mi comentario (y el de alguno de mis compañeros) fue "Esto se parece al típico puente colgante que aparece en todas las películas de aventuras".
Ahora bien, es cierto que no había mucha caída, y que el puente era muy corto. Pero estábamos en Febrero, el agua era muy fría y las dichosas tablas parecían podridas por dentro. Y además, como ya dije antes, tuvimos que cruzar varias veces ese río, y cada nuevo puente que nos encontrábamos, era peor que el anterior. Llegué a desear haber traído mis botas de agua para vadear directamente el río, y así, no tener que probar suerte con los dichosos puentes rústicos...
Y es que los tópicos son tópicos por una buena razón; porque suceden en la vida real.
Y así fue cómo surgió uno de los mejores capítulos de mi libro.

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